jueves, 27 de enero de 2011

Lágrimas de no sé qué...



Lágrimas de sangre,
lágrimas dulces,
lágrimas saladas,
de miel,
de hielo,
de cristal,
lágrimas amargas...
lágirmas de amor,
de satisfacción,
de ira,
de envidia,
de tristeza...
de todas las formas inventadas
y que atrapan mi pequeña libertad de elegir...

viernes, 21 de enero de 2011

Barreras

Ernesto se levantó de la cama, volteó a ver a Eulalia quien seguía plácidamente dormida. Él no pudo evitar rosar con el dedo índice de su mano la espada desnuda de ella; después de casi un año de desearla tanto por fin había logrado hacerla suya. Sin embargo, Ernesto sabía que aquel momento no había sido un triunfo de su galantería, era un triunfo del alcohol.
Eulalia había llegado la noche anterior con varias copas encima, estaba muy contenta, había logrado un contrato jugoso con una de las empresas más importantes del país y quería compartir la alegría con uno de sus mejores amigos, Amado, el compañero de casa de Ernesto.
Amado había ido a pasar la noche con Leo, su pareja desde hacía 8 meses y Ernesto se había quedado sólo en casa a disfrutar una copa del vino que tanto le gustaba. Por ello y por su deseo desmedido hacía Eulalia, no dudó en insistirle para que pasara a brindar con una copa de vino su triunfo.
Eulalia normalmente no hubiera aceptado la oferta de Ernesto, era una chica controlada y conocía perfectamente los deseos de Ernesto. Muchas veces había tenido la sensación de que él la desnudaba con la mirada cuando visitaba a Amado en su casa; a veces le parecía muy halagador, saber que alguien la encontraba desmedidamente atractiva era algo que podía subirle la autoestima a cualquiera; sin embargo había otras veces que lo encontraba totalmente repulsivo y desagradable. Ernesto era un joven atractivo, pero cuando se lo proponía podía ser sumamente vulgar, cosa que sucedía a menudo.
Ernesto también sabía perfectamente lo que ella pensaba de él y la realidad era que a él no le importaba, sólo tenía ese deseo loco de poseerla y ahora no sabía cómo sacarla de su cama sin que su forma de ser tan altanera y prepotente creara un conflicto que pudiera afectar su amistad con Amado, quien quería a Eulalia como una hermana menor a la que había que proteger.
Eulalia no estaba dormida, llevaba más de 10 minutos despierta, esperando a que Ernesto decidiera salir del cuarto para poder escabullirse de él, no deseaba hablar con él, al menos no en ese momento. Al igual que a él, a ella tampoco le importaba Ernesto, pero odiaba la incomodidad que genera las relaciones, por eso se había negado a ser parte de una relación casual o de una noche, las más problemáticas para su gusto.
Ernesto abrió el cajón del buró de su cama y sacó una paleta de dulce, una gran bola roja con el centro de chicle. Nuevamente volteó a ver a Eulalia, removió con su mano el cabello que le cubría el rostro y se le quedó mirando un momento, ¿qué era lo que tanto le había atraído de ella? Sí, era una mujer guapa, pero no se acercaba a las bellezas con las que Ernesto había estado, comparada con las otras, Eulalia era una joven totalmente ordinaria, ¿qué era entonces? Simple, Eulalia, hasta la noche anterior, se había negado  de la manera más fría, cortante y humillante (al menos para él) a los encantos de Ernesto.
Por tal motivo Ernesto tenía unas ganas locas de sacar a relucir su patanería y vulgaridad en contra de Eulalia, burlarse de ella, todo un año despreciándolo y en una noche de copas había bajado totalmente su guardia.
Pero estaba Amado, el bueno, amable y generoso, la única persona que Ernesto quería, además de él mismo. Lastimar a Eulalia era lastimar a Amado. Amado, la única persona que le tendió la mano, que supo leer sus pensamientos tormentosos y lo aceptó. No sólo eso, gracias a él, tenía el trabajo soñado y vivía en un lugar increíble.
No tenía deseos de lastimarlo, sólo debía sacarla de la casa de la forma más amable, pero en el ego de Ernesto, Eulalia ya estaba enamorada de él, ¿cómo no lo iba a estar si el sexo había sido increíble? Tenía que sacarla de la casa sin que ella se sintiera herida o despechada, además debía convencerla de que no le dijera nada a Amado, así y sólo así, todo estaría bien con él.
Eulalia ya no pudo esperar más, abrió los ojos, tomó la sábana que la cubría y se sentó de espaldas a Ernesto…y nada, ninguno dijo nada.
Con la mirada Eulalia comenzó a buscar su brassiere. Ernesto se dio cuenta y lo recogió del suelo, tenía ganas de aventárselo con fuerza hacia la espalda, de aventarle toda su ropa, pero una vocecita sonó en su mente: “Amado”. Así que, finalmente arrojó toda su ropa a un lado de ella.
Ella sólo se limitó a voltear y mirarlo, tomó la ropa y comenzó a vestirse sin preocuparse por la mirada de Ernesto, quien la veía fijamente mientras se enrollaba una toalla en la cintura. Y así  de pronto, se daba cuenta que el deseo había desaparecido.
Pero el ego, el ego no se iba, Ernesto estaba seguro de que Eulalia ya no podría vivir sin él.
¿Y Eulalia?, en ella también el ego se desbordaba, pensaba que él no la iba dejar de acosar para tener un segundo encuentro, un tercero, cientos de veces.
Si tan sólo alguno de ellos abriera la boca…
Eulalia terminó de vestirse y se levantó, Ernesto también lo hizo; ambos salieron de la habitación. Ella buscaba con calma pero con desesperación sus llaves y su bolsa. Encontró su bolso, Ernesto le dio las llaves.
Sin decir nada, sin siquiera mirarse, ella salió del departamento y luego del edificio. Ernesto miraba por el balcón cómo Eulalia se subía al carro y se alejaba.
En la esquina, un atractivo joven los observaba mientras fumaba un cigarro.

FIN.